Febrero

El hielo tintinea en los vasos. De vuelta de la cocina, Arturo capta una fugaz imagen de sí mismo en el espejo del recibidor y pregunta: ¿Alguna vez se te ha pasado por la cabeza que ya has tenido suficiente? En cuanto escucha su propia voz, se da cuenta del error de haberla formulado en voz alta.

Te sorprenderías, responde Iván con la mente a kilómetros de allí. Tal vez en el trabajo, como suele. O en otro sitio aún más remoto e inaccesible, a saber. Arturo le ofrece la copa y se sienta lejos.

Pero no entiendo a qué te refieres, añade al darse cuenta del silencio glacial se ha instalado en el salón. La silueta del piano en la penumbra. Un montón de cajas llenas de libros. Iván suspira y dice ya casi estamos, cielo. Le viene la imagen de la camioneta de la mudanza y el ruido del elevador mientras los transeúntes miran hacia arriba, hipnotizados. Imagina el piano de cola flotando por el aire... tuve la sensación de que estaba sucediendo algo mágico, añade.

Observa a Arturo y está a punto de proponer un brindis por la belleza y por el futuro. O, mejor, por el inicio de las cosas. Pero algo en sus ojos le advierte de que no es el momento. ¿Por qué no tocas algo?, se le ocurre de repente. ¿Por qué no tocas algo? Significa algo parecido a vamos a ganar tiempo. Algo muy propio de Iván. Arturo piensa que igual es el momento de decir lo que tiene que decir de una vez. Pero, justo antes de que broten las palabras, decide que no hay prisa, que siempre hay un poco de tiempo más —aunque no sea cierto—. Que ni siquiera ha sido capaz de decírselo a sí mismo. Así que esboza la sonrisa más triste del mundo y se levanta y camina hasta la banqueta. Acaricia la tapa del piano y la abre por primera vez en aquel piso donde tenían previsto comenzar el resto de sus días juntos. Iván y yo, repite entre dientes, y le suena a ironía.

Comienza a tocar una melodía cualquiera, sin reparar en cuál ni por qué. Sin embargo, por algún motivo, el primer acorde le suena intencionado y le transporta al torpe inicio de su relación, al deslumbramiento del principio. Tras un instante de vacilación, se deja arrastrar por la música y ésta comienza a dictarle recuerdos con Iván. Los viajes a Praga, a Berlín. Nueva York, Buenos Aires. Un camino secreto del corazón le lleva hasta el primero de todos: Venecia. La botella de vino junto al Cannaregio y el frío y el paseo entre la multitud hasta La Fenice. El magnífico recibidor, la doble escalera que eligieron subir por la derecha. Los ecos de las grandes óperas que un día se estrenaron entre aquellos muros. La Bohème, Iván, nada menos que La Bohème!, recuerda su propia voz desdoblándose mientras entraban en el palco. Ahí se murió Mimí por primera vez. Aunque supiera que no era verdad, que La Bohème no se estrenó allí y que es otro de los absurdos embustes con los que suele adornar su vida.

Creí que ibas a elegir algo más alegre para estrenar el piso, dice Iván, cuando la música ya se ha deshilachado y la herida de la mentira vuelve a abrirse entre los dos. No me había dado cuenta, responde Arturo. ¿De qué? Esta es la melodía que sonaba en aquella sala del teatro, en Venecia. La Fenice. La Fenice, sí. No me había dado cuenta, repite Arturo. ¿De qué? De que ya he tenido bastante. De que lo nuestro se ha acabado. Una hora más tarde resuena un portazo y Arturo sale al balcón. Se apoya en la barandilla y la luna llena se zambulle dentro del vaso. De fondo, la Catedral y, justo antes, la Carrera salpicada de gente. ¿Se ha marchado ya?, dice una voz a su lado. Hola, Ali. Un hombre como tú no debería beber. Una niña como tú tampoco debería estar aquí a estas horas.

Ali se encoge de hombros y calla. Extiende la mano y Arturo le alarga el vaso. Los balcones están tan cerca que solo tienen que extender el brazo. ¿Estás llorando?, pregunta Ali mientras remueve la bebida con un dedo, da un trago y hace una mueca. Es que tengo la sensación de que el mundo se ha derretido, dice Arturo. La chica le sostiene la mirada y simplemente pregunta, ¿tienes más hielo?

(Publicado en Diario Jaén,

03/02/2023)

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