Hasta el infinito y más allá
Cuando presenté Un lugar llamado viento a mi editora, Inmaculada Puche, criticó el texto con un Me encanta, pero el ritmo es lento y reflexivo: los niños están acostumbrados a que la acción vaya a mil por hora; si no es así, se aburren y se van a otra cosa. Una vez vista la nueva película de Pixar, Turning red, caigo en la cuenta de que esta crítica —que no supe nunca cómo tomar— era más bien un halago.
Tesis: los niños sufren síntomas de ansiedad y estrés cada vez a edades más tempranas.
Creo que nadie puede negar esta apreciación que, en mi caso, se percibe en medio del ruido y la furia de las mañanas en un instituto cualquiera de una ciudad cualquiera. A los chicos les falta el aire: los levantamos una hora antes para llevarlos al aula matinal, corre que te corre los recogemos del cole, come, nene, que llegamos tarde al conservatorio. Luego natación y luego academia y luego y luego. Y, claro, se acuestan tarde porque quieren ver Turning red, que, aparte del trasfondo de la ruptura del tabú de la menstruación, no es más que un larguísimo videoclip para esquizofrénicos. ¿Qué ha sido de las películas en las que la cámara acariciaba los detalles y a los personajes? ¿Recuerdan el inicio de Up o la trama de Toy Story? Hoy no serían posibles: el productor las censuraría por lentas y reflexivas. Adoremos a la ansiedad. Hasta el infinito y más allá.
(Publicado en Diario Jaén,
29/04/2022)