Seres telúricos

Llevo siglos intentando encontrar un término que defina a esos extraños personajes que transitan como presencias sobrenaturales por las páginas de Homero y de McCarthy, de Cortázar y de Bolaño. Y de tantos otros. No, no son los protagonistas. Suelen ser más bien secundarios esquivos que pisan sendas olvidadas, moviéndose por los márgenes de los mapas y escapando a cualquier lógica o clasificación. Algunos leen el futuro en el horizonte como quien rescata recuerdos del pasado, mientras otros cuelgan poemarios en un tendedero. Pueden ser divisados en varios lugares a un tiempo: lo mismo se recortan sus siluetas sobre la cúspide de una escarpada montaña que se les ve caminando contra el tráfico en medio de una autopista rugiente. Apenas hablan y, cuando lo hacen, sus palabras resuenan en un idioma profundo y sabio, como si se les hubiera enredado en la garganta la voz de todas las generaciones que les han precedido. Son, en definitiva, seres telúricos. Gentes hechas de energía, de suelo y de tormenta, de raíces y de trochas y de intemperie. Teoclímeno, en la Odisea; el juez Holden en Meridiano de sangre; la Maga de Rayuela; o, en 2666, Archimboldo. Y no caigan en la trampa de pensar que son solo personajes de ficción. Si uno mira bien alrededor, puede captar su presencia. Solo hay que saber mirar.

(Publicado en Diario Jaén,

en memoria de Pedro Jesús Castro,

27/05/2022)

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