Aquellas pequeñas cosas

El milagro ha sucedido esta mañana, mientras trabajaba. Un tamborileo lejano pero constante, tras el cristal, después de un verano interminable de seis meses y de cielos rasos y azules. Y estoy muy enfadado conmigo mismo por no haber hecho lo que me dictaba el corazón: abandonar el ordenador de golpe, asomarme a la ventana y gritar ¡Por fin! y salir corriendo, ignorando las caras de estupefacción de mis compañeros, bah, qué más da, y abalanzarme a la calle y extender los brazos y bailar y aullar bajo la lluvia. La decepción es mayúscula, yo que me había propuesto no ser nunca como los demás y hacer que la vida valiera la pena, yo que me había impuesto apreciar “aquellas pequeñas cosas / que nos dejó un tiempo de rosas” pasara lo que pasara. Ahora me pregunto cuántos de los que leen estas líneas se habrán asomado a un pensamiento así alguna vez: cuántos de nosotros íbamos para fieros piratas o marinos irreductibles pero decidimos conformarnos con el primer puerto que encontramos; cuántos nos imaginamos un día trovadores de la vida que iban a cantar al milagro de lo cotidiano, pero que, llegado el momento, se quedaron en su puesto de trabajo mientras llovía y tecleaban —sin darse cuenta, hipnotizados por el tamborileo de la lluvia en el cristal— en sus tristes ordenadores akdljdfla``w`+hiw¡¡aJDxHFK.

(Publicado en Diario Jaén,

11/11/2022)

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